Extracto del diálogo entre el escritor, guionista y columnista Juan Bas y el autor en el Colegio de Médicos de Bilbao (foto y transcripción del audio: Nacho Jáuregui Ortún)
JUAN BAS: Hay muchas clasificaciones de escritores a partir de la esencial, que es buenos y malos… Pero hay una muy clara. Hay dos tipos de escritores, los de tipo tigre, que te pillan con las zarpas de su ritmo narrativo y no te sueltan, y los de tipo boa constrictor, que te asfixian poco a poco a base de pesadez… Ignacio es de los primeros. Una novela que se lee de un tirón o de dos sentadas como mucho… Una novela que fluye. ¿A qué se debe este buen ritmo? ¿Contarla en primera persona? ¿Capítulos cortos…?
IGNACIO JÁUREGUI: Todos escribimos aquello que nos gustaría leer, y a la mayoría de la gente no le gusta leer tochos que no le diviertan. Al lector o lo fascinas un poco o te deja en la página 8, y si puede devuelve el libro. NHB es una novela de estructura secuencial, planteada desde los primeros días de su concepción en capítulos (o secuencias) cortos, cortísimos, y con todo el humor posible, que inviten todo el tiempo a seguir leyendo. Una trama entretenida y verosímil, personajes cercanos y creíbles, todo eso. En lo posible, en las antípodas del tocho enciclopédico. La primera persona es muy cómoda para escribir y para enganchar al lector, y forma parte de la tímida parodia del género negro que también pretende.
J.B.: ¿En qué género la encuadras? Defínela y cuéntala un poco, sin desvelar la trama, que se resuelve muy bien.
I.J.: NHB se encuadra en un género que Juan conoce muy bien y desarrolla de forma impecable desde hace décadas, y que podríamos llamar la comedia-thriller. Un padre de familia numerosa desaparece de repente en Estambul, tras precipitarse al Bósforo desde un puente en un coche de alquiler, y el joven abogado Jaime Pons tiene que viajar desde Madrid a supervisar para la compañía de Seguros los trámites de un siniestro que apesta a fraude, ya que el difunto contrató un seguro de accidentes millonario justo antes de viajar a Turquía. En el viaje nuestro joven abogado conocerá a la listísima (y guapísima) pediatra Aldara Alday, que asiste a un congreso europeo con mucho que contar, y los dos se verán sin querer en el centro de una trama de intereses cruzados... Hasta ahí puedo leer.
J.B.: Jaime Pons. James Pons. ¿Cómo es tu prota?
I.J.: Es un veinteañero que acaba de recibirse de abogado. Es el hijo que muchos tenemos o tendremos, con su flamante título de licenciado en Derecho y su Proficiency, y el recuerdo de una madre que soñaba para él un futuro diplomático o poco menos; pero por efecto de los tiempos que corren, en situación actual de subempleo en una correduría de seguros de tercera. Es un poco pijo, sabe mucho inglés (…) y tiene mucho miedo al avión.
J.B.: El buen título. Me trae reminiscencias de Graham Greene. ¿Es así? Bósforo es una palabra con cierta fascinación, me parece, como Sumatra, Samarcanda o Singapur. ¿No?
I.J.: Sí, como aquella comedia de Woody Allen, La maldición del escorpión de jade, donde el protagonista se pone a delinquir en trance hipnótico cada vez que oye “Constantinopla”… Y sí, el título es un plagio descarado de Nuestro hombre en la Habana de Graham Greene. La pena de mi novela es que no se parece a aquella en nada más. Lamentablemente, esto no es ni Greene ni Shakespeare, pero es divertida. (…) Lo del Bósforo me pareció superexótico desde el principio y me pareció que tenía que estar en el título. La verdad es que Estambul, el Bósforo, es un sitio muy conocido y muy querido por los españoles de todo origen y pelaje, además de sus resonancias exóticas, y es una de las razones por las que pensé situar allí esta novela, que en realidad podía haber ocurrido en Lekeitio o en Trespaderne.
J.B.: No estoy del todo de acuerdo… (...) Es una buena primera novela. Al venir de un escritor de cuentos, no es ni un cuento estirado ni, como suele pasar en una primera, un mamotreto desmedido. Me parece que has sido fiel al principio de Chéjov de que el arte de escribir es el arte de abreviar. Que la has recortado bastante hasta dejarla en lo esencial. ¿Cómo te planteaste todo esto?
I.J.: Al ser mi primera novela, NHB fue sobre todo un banco de pruebas, una especie de ejercicio sobre los errores posibles a la hora de escribir una novela; de hecho, creo que los tiene todos, o los tenía en sus primeras versiones. Y el hecho de que no tenga todos-todos, se lo debo a muchas personas que actuaron como pacientes lectores y correctores, y muy especialmente a mi buen amigo y exprofesor Javier Sagarna (…) y a la periodista Aldara Fernández de Córdova, que además de prestarme su apoyo y un montón de sugerencias exactas, me prestó el nombre de pila para mi prota. Ellos y muchos otros me enseñaron a usar la tijera de podar, que es la mejor arma de todo escritor, según dijo Truman Capote, creo.
J.B.: (...) Y sintaxis depurada. Morosa en adjetivos y adverbios. Evitas, sobre todo, ese uso frecuente y terrible de adverbios terminados en mente, que plagan muchos otros textos (...).
I.J.: Los evito cuidadosamente . Se dice que la segunda herramienta del escritor, después de la tijera de podar, es el spray de adjetivicida-adverbicida. Desde la primera línea que escribí de niño, mi hermano Gonzalo, gran pintor, genial cocinero y muy leído, me advirtió sobre el defecto de intentar colorear textos con adjetivos. Viene a ser como intentar alegrar un pescado rancio a base de salsas de nata (como también hacen los franceses).
J.B.: Es uno de esos libros, como pasa con Las joyas de la Castafiore, o la película Hatari, o las novelas de PG Wodehouse, que te da ganas de estar dentro, con los personajes, en ese Estambul...
I.J.: Tintin… Howard Hawks… Wodehouse…. Estás mentando la Biblia y los Evangelios. Insisto en que Estambul es una ciudad muy conocida y muy querida en España, que a todo el mundo parece traer buenos recuerdos. Aunque estaréis de acuerdo conmigo en que también es una ciudad caótica y devorada por el turismo, de 12 millones de habitantes, con dos únicas líneas de metro y tres de tranvía, y con muchos puentes, pero solo dos que unen la parte asiática (donde viven 10 de los 12 millones) con la europea (donde trabajan como 8 de los 12 millones). En mi última visita, el año pasado, pude comprobar un montón de errores garrafales sobre la ciudad en el texto previo (...). Algunos los he podido corregir, y otros no y ahí han quedado impresos. Las barandillas del puente de Gálata, por ejemplo (…) son de hierro forjado de una tonelada y no las rompe ni un Volkswagen ni un carro de combate Panzer (…). Un poco como aquella novela de Dan Brown (creo), donde los sanfermines ocurrian en Sevilla…
J.B.: Aparte de tu indudable influencia inglesa, creo que también la hay por ejemplo de Rafael Azcona, sobre todo por los estupendos secundarios, con Martínez a la cabeza. Te lo has pasado muy bien trazando a los secundarios.
I.J.: Sí que me lo pasé bien. El orondo agente consular Martínez surgió como una especie de Charles Laughton, o como tú dijiste muy atinado, del seboso Robert Morley en una de esas pelis de John Houston. Los hermanos georgianos Pastávili son un arquetipo, unos malos de tebeo, y si cuando los inventé hubiera leído tus Ostras para Dimitri, jamás habrían salido en esta novela ni en ninguna otra (…)
J.B.: No tengo el monopolio de los rusos… (…). Eres prudente en tus descripciones, lo cual es una mirada y una forma de sentido del humor. La madonna del cinquecento… ¿Qué valor das al humor en tu literatura? ¿El humor es una expresión de la inteligencia y de la alegría de vivir?
I.J.: El sentido del humor se tiene, y funciona, o no se tiene, y no pasa nada. Como comentó Tibor Fischer en La risa de Bilbao, uno no está pensando en escribir cosas divertidas. Uno pretende escribir un tratado, como tú con la resaca, y es incapaz de tomárselo en serio (...). El humor no deja de ser una forma de resistencia pasiva. Si esto transmite alegría de vivir, genial. (…)
J.B.: Cierto, la novela transmite alegría de vivir. Es una novela ligera, en el buen sentido. La difícil ligereza.
I.J.: Es una novela entretenida y para todos los públicos (...)
J.B.: Es muy literaria pero al mismo tiempo tiene un orden muy cinematográfico (...) Una pregunta que suelo hacer a todo escritor de novelas: ¿Qué director (valen todos) te gustaría que la llevara al cine?
I.J.: De los directores de siempre, creo que este material lo trataría muy bien John Houston. O también Hitchcock, al que le iban muy bien estas historias de tebeo con fondo exótico… De los de ahora, quizá los hermanos Coen.
J.B.: Por último, para un escritor de cuentos de estreno en la novela: ¿Dónde te sientes más cómodo? ¿Cuento o novela?
I.J.: Me siento cómodo cuando encuentro el tono y el ritmo adecuados. Todos los lectores y escritores sabemos que hay historias que piden 3 páginas e historias que piden 300, y eso no lo decide del todo uno, sino que en gran parte depende del tono y el ritmo, que son directamente proporcionales a las ganas de contar. En general creo que me muevo bien en la narrativa breve, sea cuento o novela corta. No me creo capaz de escribir Guerra y Paz.